De nuevo de viaje, camino de la defensa de una oferta, de nuevo un proyecto de Administración Electrónica, de nuevo en un avión “cerquita de cielo” como dice un bolero, y de nuevo, escribiendo lo que no toca.
Hoy nos jugamos un proyecto, y como siempre uno quiere hacerlo lo mejor posible, pero hoy no es un día normal, hoy es un día raro, peligroso, porque hoy es de esos día que todo me importa un carajo.
Cuando digo todo, me refiero a ese todo por lo que la mayoría de los mortales nos preocupamos en exceso todos los días, sin ser conscientes de que mañana podemos no estar aquí. Sí, uno no se levanta todas las mañanas pensando que ese día puede ser el último y que vale la pena celebrar y saborear la vida. Más bien solemos vivir atrapados en preocupaciones banales, olvidando que la vida se nos acaba desde el día que empieza y que esa deliciosa y terrible fugacidad que es nuestra existencia, es lo que le da sentido al tiempo, al relato vital, al camino que hacemos y a cómo y con quien lo hacemos...y a tantas cosas.
Ayer, a una amiga mía (y de muchos, porque es adorable) le corrigieron un diagnóstico que durante muchos días le ha obligado a enfrentarse a sus miedos, a sus reservas, a sus límites, a su fragilidad y a su vida como algo que puede terminar “antes de lo esperado”.
Mi amiga a pesar de su juventud, ha vivido más de lo que muchos lo hacen en toda una larga vida. Ha sufrido y ha aprendido, ha pasado por situaciones que a muchos nos hubieran dejado tirados en la cuneta y ella ha conseguido extraer de cada experiencia un aprendizaje que la convierte en una de las personas más sabias que conozco. Ella es pura luz y los que la conocen saben de qué hablo.
Cuando hace unos días me comunicaba que le habían diagnosticado un cáncer, sentí mucha rabia, porque a veces parece que la vida se ensañe siempre con los mismos. Pero enseguida pensé en quien es ella, y me invadió una sensación de seguridad, de calma. Ella saldrá de esto. Seguro. Y además, aún más sabia. Vamos a tener que mirarla con gafas de sol.
Estoy instalada en su casa de Madrid, ella volvía ayer de su ciudad de origen. Sus amigos la esperábamos, asustados, preocupados. Yo me había preparado mentalmente para compartir con ella, el miedo y la esperanza, la logística del día a día, conversaciones difíciles…lo que fuera. Incapaz e impotente pensé al final valdría, por lo menos, el profundo cariño que siento por ella.
Pero ayer, la última prueba, contradijo los primeros análisis y aunque será un proceso complicado, nada tan agresivo y arrasador como la primera opción. La recibimos en eufóricos, como si a todos nos hubieran enchufado de nuevo a la vida, aunque sabemos que es tan sólo un ilusión óptica, que estamos de paso y que no sabemos durante cuanto tiempo.
Yo no bebo, pero anoche levanté muchos vasos de vino en su honor y por la vida, por ella y por todos los que allí estábamos, y brindé, secretamente por ese tipo de experiencias que, aunque duras, abren una brecha de conciencia en estas vidas un poco irracionales que llevamos.
Los que sólo la hemos acompañado, nos llevamos una lección, un susto, y la confirmación de que la necesitamos a nuestro lado. Ella se lleva una “muesca más en su revolver” como decía uno de sus amigos. Una experiencia que la hará aún más fuerte, más humilde y más humana.
Creo que la muerte es una gran oportunidad para entender la vida, el problema es que si tenemos suerte, nos llega demasiado tarde
Un beso Madame.
1 comentario:
Primero que nada me alegro por tu amiga...
Es cierto, no nos preocupamops por la muerte y sólo nos acordamos de ella cuando nos ronda o cuando ronda alrededor de alguien cercano. del resto vivimos con nuestra invisible y tenue capa de vida que nos sumerge en la sociedad y nos conformamos con no saber nuestro destino...
Suerte en tu proyecto...
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