Ayer noche fui al teatro al ver El Lago de los Cisnes, por el Ballet nacional de Cuba.
Sencillamente mágico. Una de esas noches, que sabes que recordarás siempre.
Fui con Julia, y la emoción ya la compartimos desde el principio, alagándonos mutuamente en casa, por lo guapas que nos habíamos puesto, para tan señalada ocasión. Con ella, todo adquiere una relevancia trascendental. Cualquier situación se convierte en un acontecimiento y cualquier gesto en una ceremonia.
Así que con esa expresión grave de quien parece que esté haciendo historia a cada paso que da, me cogió del brazo y subimos a nuestro carruaje camino del teatro Tívoli.
Llegamos con tiempo de tomar un café, pero los bares de alrededor estaban repletos, así que decidimos entrar al teatro y esperar en la cafetería, el inicio de la función. Caminamos por la alfombra roja que da paso al hall, cogidas del brazo. Yo lo hacía para asegurar su estabilidad, ella, orgullosa, para que yo no me perdiera entre tanta gente.
Sentadas frente a una mesa, de esas antiguas, de mármol blanca con las patas de hierro forjado, me contó muchas cosas de su pasado que no conocía. La vida de mi abuela, es un pozo sin fondo. De vez en cuando, descansaba para tomar, a pequeños sorbos, un café solo que se estaba permitiendo, en un alarde de libertad y rebeldía. “un día es un día” me dijo, cómplice y traviesa, al ver mi cara de asombro.
Es verdad, “un día es un día”, y ese iba a acabar muy bien. Nos dirigimos casi a oscuras al palco 12 y allí, nos sentamos en nuestras butacas, todo sin parar de hablar y sin dejar de sorprendernos por cualquier detalle. Mantener la capacidad de emocionarse con casi 96 años, es una virtud que me gustaría heredar. De momento, mientras ella esté con nosotros, aprovecho para aprender.
Unos aplausos prematuros, nos interrumpieron, y entonces la vimos. Al otro lado de Platea, en un palco frente a nosotras, apareció Alicia Alonso, la mítica directora y coreógrafa del Ballet de Cuba, una de la mejores compañías de baile del mundo. Con su habitual pañuelo en la cabeza y una expresión entre digna y frágil, hizo un gesto de agradecimiento, se sentó y el espectáculo dio comienzo.
Las luces se apagaron y la música de Tchaikovski invadió la sala, potente, anunciando el talento de los que la iban a interpretar.
Talento a raudales, de principio a fin, sin un segundo de descanso para los sentidos.
Quizás lo que hace tan especial a esta compañía es la combinación entre una rigurosa y exigente técnica y una pasión, una expresividad, una sensualidad…inherente a su cultura, que difícilmente puede encontrarse en otros equipos.
En el segundo acto, el encuentro entre Odette y Siegfried fue mágico. Odette no bailaba, flotaba. Sus brazos parecían no tener fin en un aleteo increíble. Flotaba, como una pluma suspendida en el aire. No se notaban ni el esfuerzo, ni la técnica, ni la concentración. Sólo una interpretación perfecta de la fragilidad y la elegancia del cisne. Con algunas notas agudas de los violines, y tanta pasión concentrada, podía pensarse que el teatro iba a estallar en mil pedazos. Miré a mi abuela. Estaba emocionada, pero estaba triste. Tanta belleza puede doler.
Después de aquello el público se entregó a cada danza, a cada episodio. Aplaudiendo enfurecido cada pirueta, cada exhibición de puro arte.
Al cierre, los gritos alababan a los bailarines, pero también liberaban la tensión colectiva, mantenida durante más de dos horas.
Salimos, orgullosas, satisfechas y excitadas. Ya no hablábamos tanto. Supongo que no valía la pena. Que las palabras no alcanzan a explicar aquello que sólo se puede sentir.
Sé que le gustó, me daba las gracias en el taxi de vuelta. Yo se las devolvía, no habría sido lo mismo sin ella. Y nos quedan tantas cosas por hacer!!.
Creo que el ballet se va ahora a Madrid.
Madrid, no os le perdáis.
jueves, 15 de mayo de 2008
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