La Resilencia. Esta palabra, relativamente nueva en mi vocabulario, la uso ahora a menudo y me recreo en cómo suena y en la estética de su forma y significado. No es pedantería intelectual, es que es nueva y me la pongo como quien abusa de unos zapatos nuevos. De hecho no sé cómo he podido sobrevivir tantos años sin una palabra que sintetiza tan bien lo que tanto trabajo cuesta vivir y contar.
Soy de las que reivindica el dolor, la tristeza, la melancolía…y todos esos sentimientos tan impopulares, no como forma de vida, no para instalarnos y justificarnos, no como excusa para no asumir nuestras responsabilidades, si no como una fuente de conocimiento personal, que quizás, no hay otra forma de adquirir. El dolor nos hace humanos, nos hace humildes, nos ayuda a comprender al otro, nos hace sabios. Hay que disfrutar de la alegría y del éxito, pero también hay que saber abrazar el dolor cuando llega, entender que forma parte de la vida, escuchar qué nos dice de nosotros, de los otros, qué enseñanza encierra.
A veces un fracaso, una derrota, una crisis, una pérdida, llevan escondido tras su abrupto envoltorio un regalo de la vida. Mi abuela dice que uno no se puede fiar nunca ni de la euforia ni de la desesperación, que son emociones del diablo que nos confunden sobre el verdadero valor de las cosas.
Y hoy, en el blog de Luis, me encuentro con esto:
Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas - la elección de la actitud personal que debe adoptar frente el destino - para decidir su propio camino.qué más se puede añadir.