Iba al cine preparada para el crudo realismo con el que Ken Loach acostumbra a presentar las historias.
Pero esta vez ha sido especialmente duro, porque la reflexión crítica no se refiere a ejércitos, gobiernos, ideologías u otros entes abstractos con los que, en un ejercicio de autoengaño, puedes dejar de identificarte. Esta vez, lo peor del mundo en el que vivimos, está representado por Angie una treintañera, con un hijo y varios trabajos frustrantes a sus espaldas, que intenta abrirse camino en una sociedad hostil. Su plan, abrir una agencia de trabajo temporal para inmigrantes. Puedes entender, justificar o aborrecer a Angie al final de la película, pero no puedes dejar de pensar que Angie somos todos, “consumidores felices y despreocupados” que promueven (aunque sea por ignorancia), un sistema insostenible, que nos va a explotar en la cara cualquier día.
Angie no es un dictador, ni un magnate tirano, ni un político al frente de una superpotencia imperialista, ni un líder fundamentalista…Angie, podría ser yo. Esto no es walt disney, ya no está tan claro quien son los buenos y los malos (guapos unos, malcarados otros). Angie somos todos, la minoría blanca occidental, tan víctimas del “sistema”, como aquellos a los que explotamos e ignoramos.
Estoy tocada, pero recomiendo el paseo por la conciencia, de la mano de Ken Loach.
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1 comentario:
Del cálculo infinitesimal, se resuelven las grandes integrales.
Por eso, en qué me salpica la responsabilidad social de las empresas, o ... de mi trabajo.
Animo. ¿Recuerdas el efecto mariposa?
¡Salud! ¡Mariposa!
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