Quería volver al valle del Elqui. La última vez que estuve
en Chile apenas estuve aquí un día en excursión-tour desde La Serena.
Esta vez, aprovecho el puente de mayo, para escaparme 4 días
a un lugar supuestamente mágico, polo de energías místicas y paraíso de los
ascetas por esta parte del mundo.
Desde que te adentras en el valle por los primeros pueblos,
te asalta una exuberante propuesta de chamanismo, terapias para el cuerpo y el
alma, esoterismo, fetichismo y toda una estridente puesta en escena que contrasta
con la hermosa aridez de las montañas, los angostos valles salpicados de viñas
y la gente sencilla que transita por las carreteras acarreando su miseria y su
dignidad.
Es quizás esa artificialidad obscena la que me hace
escéptica ante tanto culto a la espiritualidad. Ocurre también con la vulgar
ostentación de riqueza, la irritante proclamación de inteligencia, la
sobreexposición de la belleza o la permanente declaración de una sospechosa
felicidad. Pienso que lo más real es lo que no se muestra claramente a nuestros
ojos. Así que aquí, tanto sortilegio y tanta exibición nubla lo que sin duda
tiene de especial este lugar.
He aterrizado en la Serena a las 11h. Desde allí hay unos
120 km hasta Cochiguaz, en el corazón del valle. Hay opción rápida y cara pero
mi tiempo de vacaciones no vale tanto. Vamos con calma. A las 12:30 salía un
autobús que recorre el Valle “bájese en Montegrande” (no dejé de decir
Montealegre, durante todo día). “Allí, alguien del pueblo le llevará a su
destino final, no hay transporte, pero pregunte en la plaza”. Esto promete.
El autobús de la Serena salió con 20 minutos de retraso,
pero no importa, “Estás de vacaciones, relájate”. Este lugar es espectacular.
Iba en trance con la frente contra la ventana de mi asiento. Al bordear
montañas, me cambiaba de lado en el autobús para contemplar atónita el paisaje.
Realmente no hace falta nada más que entregarse a la belleza natural de estos
desfiladeros para entrar en otra dimensión.
En un punto del camino veo un sospechoso cartel que indica
un desvío a Cochiguaz.
Cuando llegamos al pueblo de PiscoElqui me adelanto por el
pasillo del autocar, miro con irreverencia el cartel de “no le hablen al
conductor” (textual), y le pregunto cuanto falta para Montealegre.
“Montegrande!, lo hemos dejado atrás hace un rato señora. Bájese aquí y espere
a otro autobús en sentido contrario”.
Pregunto por allí, me dicen que el autobús pasa en media
hora. Son las 15h, así que decido comer algo allí mismo. Aviso a navegantes, si
paráis por PiscoElqui alguna vez, Restaurante Mistral, un regalo para los
sentidos. Me apuro y a las 15:25 estoy de nuevo la parada. Pregunto a una
familia que espera, me dicen que se acaba de ir el bus. Les replico enfadada
que aún no es la hora!. Me miran como nos distanciara un abismo. Me dicen que
el próximo sale a las 16h, en media hora más.
Compañero del Mistral hay un café y decido esperar allí la
siguiente media hora. La gente del café me preguntan a dónde voy. Se arma una
discusión, una de las camareras intenta contactar con un amigo suyo para que me
lleve desde allí mismo a la puerta de mi hotel (en ese momento estaba dispuesta
a volver al modo [pija europea viaja en taxi]). LA otra dice que me baje en
Montegrande y que allí en la plaza pregunte por Eric, él va y viene todo el día
hacia Cochiguaz.
Mientras hablamos, veo que la familia que esperaba conmigo
el bus de las 16h se sube a uno y desaparece (miro el reloj, son las 15:45).
Me bebo de un trago el café y me planto en la parada, no voy
a perder ni uno más. Pasa uno grandote, lo paro, “vas a montegrande”? “yo no,
el siguiente, a las 16:10” (no me jodas con la precisión!), pero en apenas 5
minutos pasa una furgoneta y se para delante de mío. Subo, me acomodo. Le pregunto cuando salimos, me dice en 5 minutos pero automáticamente pone primera
y arranca. OK, lección aprendida.
Llegamos a Montegrande y antes de saltar a la plaza le
pregunto al chofer cómo ir a Cochiguaz, me señala un trasto con ruedas parado
en mitad de la plaza, bajo una imponente estatua de Gabriela Mistral. Una ranchera que fue blanca alguna vez
y que parece un milagro que arranque. “y el conductor?” señala hacia otro lado
de la plaza a un hombre que se acerca ya caminando. Pactamos precio y me subo
en aquella polvoreda. Todo el camino es ya un desfiladero de tierra que se
adentra por uno de los cañones más agrestes del valle. Paramos a unos
autostopistas. Hago el gesto de sacar mi mochila del asiento trasero pero el
conductor me detiene y me dice que no hace falta, que suben atrás.
Le pregunto cómo se llama. Me mira, achina los ojos, sonríe (como si lo supiera todo),
“Eric” responde con ternura.
Yo también sonrío mientras me relajo en el asiento y empiezo
a sentir el efecto del Valle.
2 comentarios:
Hola; que lección de las prácticas horarios de nuestros pueblos más aledaños. Tiene algo que me gusta también. Tus textos me son de fácil lectura y describes de una manera que casi es como si fuera contigo.
Lo disfruté.
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