domingo, 31 de agosto de 2008

VBB

Muchos días sin escribir, por lo menos sin publicar. La desconexión tecnológica del verano ha tenido un efecto de resaca creativa. Llevo días leyendo, descubriendo cosas, escuchando, pero me costaba volver a hablar. Es algo como aquello que cantaban los de El último de la Fila : “Si no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir”.

Rompo el silencio y abro la temporada para dar la bienvenida a
VBB.
Víctor es un veterano en la red desde sus formatos más arcaicos. Desde muy joven, desde el colegio donde estudiamos juntos, él siempre ha ido varios pasos por delante en todo lo relacionado con la tecnología.

Él no le da ninguna importancia, ni cree tener nada que decir en voz alta, ni nada que enseñar a nadie, pero los que le conocemos discrepamos y sabemos que esa actitud responde sólo a la humildad y la grandeza de los genios (me va a matar por hablar así de él)

Así que celebro que por un momento haya dudado y se haya incorporado a esta fascinante conversación digital que compartimos. Espero que disfrutéis de su calidad humana y profesional tanto como lo hacemos sus amigos.

Ánimo Bauber.

sábado, 2 de agosto de 2008

Incinillas

Hubo un tiempo, allá por la adolescencia, en que quise ser camionera, así que en momentos como este, delante de 700km de carretera por devorar, me siento como un niño ante un pastel.

Nos vamos a Incinillas, un pueblecito de las
merindades de Burgos . Durante el viaje, Kike aguantará paciente –mientras mi hermana y yo berreamos coplas- a que llegue su siempre insuficiente momento de blues. Coincidiremos los tres en algunas joyas de la música de los 80, y volveremos a disentir cuando a mi me dé por la ópera (en mi opinión, nada mejor para conducir) o por la imprescindible Janis Joplin. Pero el clímax de mi hermana llegará con “summer of 69’s” de Brian Adams.

Llegaremos cansados a Incinillas, pero la larga cuesta arbolada que anuncia el fin de trayecto, nos emocionará, como siempre, como cada año desde que somos niños, para minutos más tarde aparecer ante las miradas, siempre curiosas, de la treintena de habitantes que tiene el pueblo (algunos más en verano).

Entonces llegará Begoña con algunos tomates frescos, o pimientos, o unas morcillas de arroz. Alguien se ofrecerá a ayudarnos a limpiar la casa, cerrada durante el invierno. En la cantina, Carlos nos invitarán a la primera ronda del verano y nosotros perezosos, haremos la ronda por la única calle del pueblo para anunciar nuestra llegada (como si hiciera falta!), saludar a los que siempre están allí, saber de sus tranquilas vidas y darles cuenta de los que se han quedado en la ciudad.

A parte de la cantina, que hace las veces de pequeño colmado y dispone del teléfono del pueblo, sólo existe otro centro social: la iglesia, encaramada en unos peñascos y dónde un párroco itinerante da misa todos los domingos. En esa iglesia me “enamoré” de Rober, el monagillo. Yo tendría 5 años, pero iba por el pueblo, con el desparpajo que sólo se tiene a esa edad, explicándoles a todos que me casaría con él y dando todo lujo de detalles sobre el vestido y la ceremonia.

Incinillas, como tantos otros pueblos en nuestro país, libra una batalla entre el progreso y la extinción. Hasta hace muy poco no había agua corriente. Íbamos a la fuente con cubos, era deliciosa. La señal de TV es débil, apenas se puede ver TV1. Y en casa de mi abuela aún nos bañamos en grandes cubos de latón. Hay puntos dónde el móvil da señales de vida y es común vernos con el teléfono al aire intentando un hilo de conexión con la civilización.

Exagero, porque a 6 kilómetros está
Villarcayo, la capital, y allí hay de todo. Pero de todo también tenemos en Incinillas: senderos por los que perderse, el Ebro aún bravo, música, libros, juguetes de nuestra infancia en un desván abandonado, amigos, bebida, carne a la brasa, tardes a la fresca y noches eternas jugando a cualquier cosa alrededor de una gran mesa, o admirando el cielo estrellado.

En fin, un lugar perfecto para reencontrarme con mi historia personal, y para obligarme a parar, a dejar pasar el tiempo sin la obsesión de sacarle provecho. A que los días se sucedan sin prisa, sin apenas actividad. Al principio la sensación me angustia, pero como me escribía un amigo hace unos días, algunos maestros orientales creen que “la inactividad exige más aprendizaje que la actividad”. Así que me dejaré enseñar por el tiempo.

Incinillas es un cruce de caminos (una "ciudad sin ley", bromeamos siempre mi hermana y yo) así que si alguien quiere reposar un ratito, será bienvenido. No hace falta mi dirección. Me encontraréis. Contenta de saludaros y dispuesta a compartir un vinito y un buen queso con vosotros

Feliz verano a todos.

viernes, 1 de agosto de 2008

Viajes con Heródoto

Viajes con Heródoto es un libro de Ryszard Kapuscinski, un sabio. Lo intenté leer hace unos meses, cuando Pere, que me sabe,  lo puso en mis manos. Lo dejé a medias, no lo comprendía.

Pero los libros acaban acudiendo a ti cuando realmente tienen algo que contarte, y los viajes de Heródoto, me han encontrado ahora, y yo agradecida a Kapuscinski y a Pere.

El autor nos hace viajar con él a través de sus peripecias de reportero principiante por países como la India, China, Oriente próximo, África…pero son dos tiempos (dos viajes) en uno, porque entre el equipaje, el periodista lleva un libro “La Historia” de Herodoto “el primer globalista”, el padre de la historia, el primero que se reveló contra la pérdida de memoria colectiva de una civilización.

En el libro se suceden episodios contemporáneos de Kapuscinski, con los que hizo Herodoto 2500 años antes. La contraportada lo explica perfecto “magníficas historias no fictícias –grandes y pequeñas, trágicas y divertidas- en las que los soldados de Salamina conviven con un niño sin zapatos en la Varsovia de 1942, los defensores de las Termópilas de Leónidas con los pescadores del Bodrum-Halicarnaso del año 2003, Jerjes con Dostoievski, Creso con Louis Amstrong, etc. Y, sobretodo el maestro Heródoto con su discípulo Kapuscinski

Hay muchas formas de viajar, físicamente pero también con la imaginación o a través de la memoria (la colectiva y la propia) y sobre la memoria, me encuentro con algo en el libro que viene a consolarme una obsesión permanente:

Heródoto confiesa su obsesión por el tema de la memoria: es consciente de que la memoria es defectuosa, frágil, efímera, ilusoria. De que todo lo que guarda en su interior puede esfumarse, desaparecer sin dejar rastro. Toda su generación, todas las perronas que habitan el mundo de entonces viven embargadas por el mismo temor…..El hombre contemporáneo no se preocupa por su memoria individual porque vive rodeado de memoria almacenada. Lo tiene todo al alcance de la mano: Bibliotecas y museos, anticuarios y archivos. Cintas de audio y de video. Internet”.

Por lo que mi respecta, la grabación de datos no desactiva la angustia por la memoria, por retener, por revivir, por ser capaz de disponer de todos los matices que forman el puzle de una vida, piezas necesarias para retirarse y entender el dibujo que forman.

Pero Heródoto, tan buen compañero de Kapuscinski, como de mis tardes de verano, sufrió quizás la misma necesidad de explicar el mundo y a los hombres y con ello hizo nacer el reportaje, un puente entre a experiencia individual y la memora colectiva.

Él y tantos otros que escriben, que fotografían, que pintan… que pretenden detener el agua de la memoria entre sus dedos, son estos días entre las páginas de este libro, compañeros cómplices del viaje fascinante que es la vida.